El Ultimo Tango
Tranquilamente sentado en la silla observo como se acerca caminando grácilmente con la bandeja. Recorro su cuerpo de una mirada, mientas adivino sus formas tras la delgada bata blanca. Me mira y me sonríe al descubrirme absorto en su caminar. Sorpresivamente me levanto y, tomándola de las manos, la llevo en el tango que comienza a sonar. Marta, extasiada, se deja llevar por mis manos y la música, sonriéndome dulcemente. La gente se deleita al vernos bailar, recorriendo a largos pasos la habitación. Antes de que acabe la canción, la dejo caer de espaldas sosteniéndola con el brazo y lentamente me acerco para besarla. Cierro los ojos y en ese justo momento se para junto a mi cama y deja la bandeja en el velador.
--Buenos días Don Juan, es hora de sus remedios--
Me dice mientras me acomoda para tomar mis medicinas.
Llega a sorprender lo lento de el paso del tiempo en el hospital. Los cuatro meses que llevo hospitalizado han pasado como si fueran años. Los días, llegan a ser mas largos que semanas. Los tonos de las paredes, con los que se confunden desde las enfermeras hasta los equipos del hospital, no ayudan mucho a distraer la mente. Mas bien pareciera ser que el invierno se tomo cada uno de los rincones, pero sin decidirse a traer nieve ni frío, sino tan solo dejando una tediosa claridad que no se decide a ser blanca.
Uno de los pocos placeres que se me permiten es la música. Mis hijos, en un ultimo gesto de bondad, me dejaron con algunos de mis discos, por lo que paso mis tardes recostado en una cama de hospital sin poder moverme y apenas logrando hablar, pero nunca faltan tangos ni tonadas que acompañen mi sopor.
Nunca me quisieron decir que me sucedía, culpaban a un antiguo accidente vascular que yo sabia ya inofensivo, pero creí en que seria algo pasajero. Hoy, luego de cuatro meses y un avance vertiginoso de una enfermedad que desconozco, me doy cuenta que no fue así. Si tan solo conociera el nombre de lo que me postra. Se que no habría gran diferencia, pero al menos sabría a quien maldecir.
En un principio recorría dificultosamente los pasillos del hospital, mientras conversaba con cada uno de los empleados que me topaba. Es así como todos sabían que en las tardes era Don Juan el que tocaba las ventanillas para saludar afectuosamente. Pero con el paso de las semanas se me hizo cada vez mas difícil levantarme, ante lo que tome la decisión de un día no hacer mi recorrido de costumbre y quedarme descansando. Los días que siguieron, viendo que seguía el mismo cansancio, decidí alargar el descanso hasta una semana. No fue hasta que estuve un mes sin caminar cuando acepte que en realidad ya no podía hacerlo. La sola idea de bajar de la cama me agotaba profundamente.
Una vez ya tomados los remedios correspondientes, Marta comienza con su habitual informe de las mañanas. Esta costumbre comenzó cuando le pedí que me leyera los titulares de los diarios en las mañanas, ya en ese entonces no me sentía capaz de cambiar las hojas del pesado diario. Además me agradaba la idea de captar la atención de Marta por mas de 15 minutos seguidos, era el único minuto en que podía decir que la tenia exclusivamente para mi. Hoy en día, que con suerte logro concentrar mi atención en ella, todavía continua informándome de lo que sucede en un mundo que cada vez me parece más lejano.
En días de otoño especialmente soleados como este, los colores rojizos que reflejan los árboles invaden tímidamente el tedioso blanco de mi cuarto. Luego de sentarme en mi cama y admirar las tonalidades de las hojas decido que ya es demasiado el tiempo que llevo recostado sin caminar, por lo que con un especial esfuerzo logro levantarme, y ayudado por mi bastón, comienzo mi cotidiano recorrido. Que alegría en las caras de las enfermeras al observarme caminar otra vez. Como siempre, toqué en todas las ventanillas para saludar a cada uno de los empleados. Para mi sorpresa, no había cambiado ninguno desde la ultima vez que realicé este recorrido, por lo que disfrute como nunca de este paseo. De repente noto que Marta viene caminando por el pasillo, más radiante que nunca. La miro, sonrío, y ella me sonríe de vuelta. Es así que conversando con ella note que no me había puesto zapatos al levantarme. Avergonzado y pidiendo disculpas me encamine a mi habitación a paso ligero para vestirme apropiadamente. No siempre tengo la oportunidad de almorzar con Marta, así que estaba dispuesto a poner todo de mi parte por hacer que este día fuera especial.
Al llegar a mi habitación, no encontré los zapatos en su lugar acostumbrado, al pie de mi cama, por lo que tuve que agacharme a buscarlos debajo de esta. Una vez pegado al piso, note que tampoco estaban ahí. Cuando comenzaba a preguntarme que seria de estos, entro Marta a la habitación, y con un grito de asombro llamo la atención de los enfermeros que estaban en el pasillo.
-- Don Juan! En que estaba pensando--
Me dijo mientras me recogían los enfermeros y me acostaban nuevamente. Y yo, como queriendo explicarle, balbucee algo así como zapatos.
Luego de la caída mi estado empeoro drásticamente. Debido a los constantes dolores decidieron administrarme bajas dosis de Morfina. Ahora, sumado a mi postración, debo aguantar esta somnolencia difusa que llena mis lapsus de semilucidez. Ya nada es como antes. Ni siquiera de poner atención en Marta. Cuando viene percibo parcialmente el color del delantal y sus característicos pasos apurados, pero no soy capaz de notar su color y su brillo. El paso del tiempo ha perdido su monotonía y ahora solo existe en destellos de lucidez que me hacen notar ciertas diferencias de luminosidad. Sin ser capaz de recordar cuanto tiempo ha pasado desde la caída, decido que ya es hora de que esto acabe, que ya no puedo seguir así.
Cierro los ojos y me levanto para marcharme. Sin siquiera despedirme me dirijo a la puerta de salida, mientras veo a Marta dirigirse a mi cama con los ojos llenos de lagrimas. Nunca pensé que se entristecería cuando yo me decidiera a partir.
Recorriendo con la mirada por ultima vez lo que fue mi hogar los últimos meses, fijo la atención en el bulto que cubren en una de las habitaciones.
Sonriendo, me alejo caminando libre de la pesadez de mis viejas articulaciones, admirando cada uno de los rincones de las calles que otra vez, al son de un tango, vuelvo a recorrer.
--Buenos días Don Juan, es hora de sus remedios--
Me dice mientras me acomoda para tomar mis medicinas.
Llega a sorprender lo lento de el paso del tiempo en el hospital. Los cuatro meses que llevo hospitalizado han pasado como si fueran años. Los días, llegan a ser mas largos que semanas. Los tonos de las paredes, con los que se confunden desde las enfermeras hasta los equipos del hospital, no ayudan mucho a distraer la mente. Mas bien pareciera ser que el invierno se tomo cada uno de los rincones, pero sin decidirse a traer nieve ni frío, sino tan solo dejando una tediosa claridad que no se decide a ser blanca.
Uno de los pocos placeres que se me permiten es la música. Mis hijos, en un ultimo gesto de bondad, me dejaron con algunos de mis discos, por lo que paso mis tardes recostado en una cama de hospital sin poder moverme y apenas logrando hablar, pero nunca faltan tangos ni tonadas que acompañen mi sopor.
Nunca me quisieron decir que me sucedía, culpaban a un antiguo accidente vascular que yo sabia ya inofensivo, pero creí en que seria algo pasajero. Hoy, luego de cuatro meses y un avance vertiginoso de una enfermedad que desconozco, me doy cuenta que no fue así. Si tan solo conociera el nombre de lo que me postra. Se que no habría gran diferencia, pero al menos sabría a quien maldecir.
En un principio recorría dificultosamente los pasillos del hospital, mientras conversaba con cada uno de los empleados que me topaba. Es así como todos sabían que en las tardes era Don Juan el que tocaba las ventanillas para saludar afectuosamente. Pero con el paso de las semanas se me hizo cada vez mas difícil levantarme, ante lo que tome la decisión de un día no hacer mi recorrido de costumbre y quedarme descansando. Los días que siguieron, viendo que seguía el mismo cansancio, decidí alargar el descanso hasta una semana. No fue hasta que estuve un mes sin caminar cuando acepte que en realidad ya no podía hacerlo. La sola idea de bajar de la cama me agotaba profundamente.
Una vez ya tomados los remedios correspondientes, Marta comienza con su habitual informe de las mañanas. Esta costumbre comenzó cuando le pedí que me leyera los titulares de los diarios en las mañanas, ya en ese entonces no me sentía capaz de cambiar las hojas del pesado diario. Además me agradaba la idea de captar la atención de Marta por mas de 15 minutos seguidos, era el único minuto en que podía decir que la tenia exclusivamente para mi. Hoy en día, que con suerte logro concentrar mi atención en ella, todavía continua informándome de lo que sucede en un mundo que cada vez me parece más lejano.
En días de otoño especialmente soleados como este, los colores rojizos que reflejan los árboles invaden tímidamente el tedioso blanco de mi cuarto. Luego de sentarme en mi cama y admirar las tonalidades de las hojas decido que ya es demasiado el tiempo que llevo recostado sin caminar, por lo que con un especial esfuerzo logro levantarme, y ayudado por mi bastón, comienzo mi cotidiano recorrido. Que alegría en las caras de las enfermeras al observarme caminar otra vez. Como siempre, toqué en todas las ventanillas para saludar a cada uno de los empleados. Para mi sorpresa, no había cambiado ninguno desde la ultima vez que realicé este recorrido, por lo que disfrute como nunca de este paseo. De repente noto que Marta viene caminando por el pasillo, más radiante que nunca. La miro, sonrío, y ella me sonríe de vuelta. Es así que conversando con ella note que no me había puesto zapatos al levantarme. Avergonzado y pidiendo disculpas me encamine a mi habitación a paso ligero para vestirme apropiadamente. No siempre tengo la oportunidad de almorzar con Marta, así que estaba dispuesto a poner todo de mi parte por hacer que este día fuera especial.
Al llegar a mi habitación, no encontré los zapatos en su lugar acostumbrado, al pie de mi cama, por lo que tuve que agacharme a buscarlos debajo de esta. Una vez pegado al piso, note que tampoco estaban ahí. Cuando comenzaba a preguntarme que seria de estos, entro Marta a la habitación, y con un grito de asombro llamo la atención de los enfermeros que estaban en el pasillo.
-- Don Juan! En que estaba pensando--
Me dijo mientras me recogían los enfermeros y me acostaban nuevamente. Y yo, como queriendo explicarle, balbucee algo así como zapatos.
Luego de la caída mi estado empeoro drásticamente. Debido a los constantes dolores decidieron administrarme bajas dosis de Morfina. Ahora, sumado a mi postración, debo aguantar esta somnolencia difusa que llena mis lapsus de semilucidez. Ya nada es como antes. Ni siquiera de poner atención en Marta. Cuando viene percibo parcialmente el color del delantal y sus característicos pasos apurados, pero no soy capaz de notar su color y su brillo. El paso del tiempo ha perdido su monotonía y ahora solo existe en destellos de lucidez que me hacen notar ciertas diferencias de luminosidad. Sin ser capaz de recordar cuanto tiempo ha pasado desde la caída, decido que ya es hora de que esto acabe, que ya no puedo seguir así.
Cierro los ojos y me levanto para marcharme. Sin siquiera despedirme me dirijo a la puerta de salida, mientras veo a Marta dirigirse a mi cama con los ojos llenos de lagrimas. Nunca pensé que se entristecería cuando yo me decidiera a partir.
Recorriendo con la mirada por ultima vez lo que fue mi hogar los últimos meses, fijo la atención en el bulto que cubren en una de las habitaciones.
Sonriendo, me alejo caminando libre de la pesadez de mis viejas articulaciones, admirando cada uno de los rincones de las calles que otra vez, al son de un tango, vuelvo a recorrer.
1 Comments:
es de los cuentos mas lindos que he leido en la vida...lo que mas me gusta es que seas capaz de permitir al lector transportarse y sentir hasta los olores de ese hospital...
solo eso...
LM
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